Cuando en 2013 nos embarcamos en ese sueño de dar la vuelta al mundo, la visita a las cataratas de Iguazú fue uno de esos momentos que se nos quedó grabado en la memoria para siempre. La altura desde la que cae el agua, el ruido ensordecedor en la Garganta del Diablo, el recorrido de las pasarelas… La fuerza que transmite la naturaleza en este paisaje, pone de manifiesto la debilidad del hombre y nuestro minúsculo lugar en el universo. Una disolución del ego que en los tiempos que corren, libera de mucho estrés. Quizá, más allá del espectacular entorno, ese fuera el motivo principal por el que las cataratas nos impactaron tanto: experimentar en primera persona, la realidad de nuestra pequeñez frente a la fuerza de la naturaleza.
Las dos Iguazús
Aunque en este lado del mundo no se habla mucho sobre ello, históricamente las cataratas de Iguazú formaban parte de los dominios de Paraguay. De hecho, la palabra Iguazú que da nombre a las cataratas, significa en guaraní “agua grande”. La pérdida del territorio se remonta a lo sucedido en la guerra de la Triple Alianza que terminó, entre otras cosas, con la división de la gestión de las cataratas entre Brasil y Argentina. Actualmente, las dos áreas están protegidas, considerándose parque nacional y habiendo sido consideradas como una de las 7 maravillas del mundo naturales (además de declaradas Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO desde 1984).
Están formadas por 275 saltos de los cuales el 80 % se encuentra en el lado argentino (donde están la mayoría de los paseos o caminos de visita) que se dividen en:
- El paseo Inferior: que pasa por varios saltos de agua. Uno de los más conocidos el salto Álvar Núñez Cabeza de Vaca.
- El paseo Superior: desde el tener otra perspectiva del salto Dos Hermanas.
- La Garganta del Diablo: a la que se puede llegar usando el tren de las cataratas.
- La isla de San Martín: que puede visitarse o no en ferry en función del volumen del caudal y la época.
- El sendero Macuco: uno de los que más éxito tiene entre los amantes de la naturaleza y la observación de especies.
Además de los paseos, y aparte de la entrada general al parque, se pueden contratar experiencias extras como el paseo en barco para estar todavía más cerca de las cataratas.
Dicen que las cataratas se ven mejor desde Brasil y se viven más intensamente desde Argentina. Así pues, muchos se preguntan cuál de las dos partes es más recomendable visitar primero.
En nuestra primera visita en pareja, empezamos por el lado Argentino y después vimos el brasileño. Esta vez lo hicimos al revés. Habiéndolo hecho de las dos maneras y existiendo la posibilidad de elegir, nuestra recomendación es dirigirse primero al lado brasileño, que ofrece una visual más amplia del paisaje y cuya visita es un poco más corta y meterse al día siguiente de lleno en la emoción de vivir desde dentro las cataratas argentinas. Aunque es posible que la ruta que estés siguiendo sea la que marque cual de las dos partes vas a visitar primero y en ambos casos, hay dosis de disfrute para exportar.
Tres generaciones en las cataratas de Iguazú
Para nosotros, una de las cosas más bonitas de los viajes, es poder compartir este tipo de lugares con otros seres queridos. Por eso y desde que viajamos con niño, los abuelos aprovechan para apuntarse a cualquier aventura siempre que tienen días libres. Esta vez se sumaron a nuestro viaje a Brasil y como nunca se sabe cuando habrá oportunidad de volver, decidimos darnos un nuevo saltito a las cataratas.
Así que allí estábamos otra vez. Abuelos, hijos y nieto. Nosotros, equivocadamente pensando que no nos impactarían tanto como la primera vez y ellos, con la ilusión del que descubre que haber visto la película de la Misión, no es lo mismo que ponerse delante de las cataratas de Iguazú.
De aquellos días, nos llevamos el paseo en tren para cambiar de una zona a otra, una alta concentración de onomatopeyas y palabras de sorpresa a modo de “woooowwww”, “guau”, “alucinante”, “brutal…”, la diferencia entre cascada y catarata y la anécdota del coatí que se enganchó a la mochila del “abu” en busca del “pan de nosotros” (así lo explica Koke). Pero sobre todo, una buena dosis de emociones positivas disfrutadas en familia. Y es que como decía Lord Byron en In to the Wild, “la felicidad solo es real, cuando es compartida”