Por momentos anclada en los 80 y a ratos en pleno siglo XXI, Bulgaria esconde tesoros como el Monasterio de Rila, Plovdiv y Sofía.
Marcado por su historia –lejana y reciente– y por su actualidad adaptada al ritmo europeo, Bulgaria es un país de contrastes. Un destino por descubrir. En cuatro o cinco días se pueden recorrer los lugares más emblemáticos del país. Apuesta por el coche para desplazarte y comienza por su capital, Sofía.
Día 1 y 2: Sofía
Un antiguo coche, de la época comunista, aparcado a las puertas de una tienda de ropa de una firma internacional. Esta ‘postal’ describe a la perfección a la Bulgaria actual, que vive a caballo entre los 80, los 90 y los grandes avances del nuevo milenio. Contrastes con un mismo telón de fondo, las catedrales y palacios que recuerdan a épocas de los zares rusos. Como el adoquinado dorado del bulevar Tsar Osvoboditel, regalo del último zar Nicolás II al rey búlgaro. Sobre los lingotes amarillos, edificios como la Universidad, el Parlamento, la Galería Nacional y la sede de la Presidencia. No olvides detenerte en la coqueta iglesia rusa de San Jorge, la más antigua de la ciudad, y en la catedral de Alejandro Nevski.
Sofía dispone de tranvía y autobuses, pero su tamaño facilita ser recorrida a pie sin demasiado esfuerzo y dos días son suficientes para visitar sus rincones fundamentales. Una buena opción para conocerla a fondo es apuntarte a una excursión de Sophia Tours, llevada a cabo por profesores de historia sin ánimo de lucro en grupos improvisados y heterogéneos. Y para descansar, pasa la tarde remando en una barca por el Lago Ariana. A última hora del día, pon rumbo a Plovdiv (a unos 150 kilómetros por carretera, unas dos horas) y pasa allí la noche.
Día 3: Plovdiv
Atenas, Roma o Constantinopla quedan a la sombra de Plovidv cuando se trata de longevidad. Los orígenes de esta pequeña localidad se remontan a 4.000 años a.C. Una larga historia para la ciudad de las siete colinas (seis, en realidad, ya que la séptima fue usada para empedrar la urbe). Plovdiv es como un huevo sorpresa. Una ciudad moderna –la segunda en población después de Sofía–, que esconde un importante casco histórico, la verdadera joya de la ciudad. Primero fue Eumolpia y más tarde Filipópolis, tras la conquista de Filipo II, rey de Macedonia y padre de Alejandro Magno. ‘Trimontim’ era su nombre durante el Imperio Romano por las tres colinas en las que se asienta la zona antigua. De esta época conserva su teatro romano y un estadio que aun está saliendo a la luz, oculto bajo una de las calles principales. Es conocida también por mezquitas como la de Dzhumaya. La vieja Plovdiv es Reserva Arquitectónico-histórica. Está completamente empedrada (lleva calzado cómodo) y las casas renacentistas son de lo más curioso: pintadas con intensos colores (amarillos, azules o rosas), con formas ondeantes y contraventanas de madera. Paseando descubrirás varias iglesias ortodoxas, la casa del pintor Zlatyu Boyadzhiev y museos como el de Historia. Sube hasta la colina, al mirador que se encuentra en los restos de la muralla de Nebet Tepe. Disfruta de las vistas a la ciudad y al río Maritsa. La Plovdiv moderna, menos turística, es centro administrativo y cultural del sur de Bulgaria.
Foto: pavel dudek / Shutterstock.com
Día 4: Monasterio de Rila
Levántate pronto y prepara tu viaje de tres horas en coche hasta el Monasterio de Rila. Es símbolo de Bulgaria desde que se fundó en el siglo X. El mayor templo ortodoxo del país, oculto tras las montañas de Rila, a 1.147 metros de altitud. Cerca de allí apenas se escucha el lejano rumor de las aguas de los ríos Drushlyavitsa y Rilska. Nada más atravesar el arco de entrada es importante que guardes silencio y respeto. En este rincón espiritual, en mitad del bosque, el primer ermitaño búlgaro San Juan de Rila se estableció para dedicarse al ayuno y la oración. Sus restos descansan en el templo.
Foto: meunierd / Shutterstock.com
La apariencia actual del monasterio data del siglo XIX, pero su edificio más longevo es la Torre Jreliyova, construida en el siglo XIV. Su interior solo está abierto a visitantes en verano (lo mismo que ocurre con los edificios agrícolas como la granja, el molino o la antigua panadería). El edificio central es la iglesia ortodoxa Rozhdestvo Bogorodichno. Cuando llega la hora del rezo, además de las campanas, se oyen los golpes sobre una tabla que ejerce uno de los monjes con su tradicional vestimenta negra mientras rodea el edificio. Un sonido que retumba gracias a la acústica del lugar y a unos vigorosos muros de veinte metros de altura. El claustro que lo rodea está compuesto por la residencia donde conviven los monjes (alrededor de cien celdas monásticas), una tienda de souvenirs, un museo etnográfico y otro sobre historia eclesiástica. La visita al monasterio al completo puede llevarte unas tres horas.
Wooooooww!! yo también hice una ruta de 4 días por Bulgaria y me encantó. Post muy entretenido, espero con ganas que habléis de Veliko Tarnovo para mi la ciudad más bonita de las que visité allí.
Muchas gracias por tu comentario Quique Qor, tomamos nota de tu recomendación!!