Nos colocamos el ushanka para soportar mejor el frío moscovita, ya que la Catedral de San Basilio merece una visita por su arquitectura e historia.
En sus más de 450 años de vida, la catedral de San Basilio ha sobrevivido a incendios, a las tropas de Napoleón (que la usaron como establo) e incluso a un plan de demolición por parte de los colaboradores de Stalin, que decían que no dejaba suficiente espacio para los desfiles. Respecto a esto último, se cuenta que Lázaro Kaganóvich, encargado de la remodelación de Moscú, acudió frente al líder ruso con una maqueta de la Plaza Roja y sugirió la demolición del edificio quitando bruscamente la catedral de su lugar, a lo que Stalin respondió que lo pusiera inmediatamente en su sitio. Y a día de hoy, ahí sigue.
La Catedral de San Basilio no es la principal de la capital rusa, pero aún así, es la más famosa por sus cúpulas en forma de cebolla. Su nombre original tampoco es con el que se la conoce, sino que es Catedral de la Intercesión de la Virgen junto al foso. San Basilio se sitúa en la Plaza Roja y la construcción fue ordenada por el zar Iván IV de Rusia, más conocido como Iván el Terrible, para conmemorar la conquista del Kanato de Kazán, un estado tártaro que se encontraba en la antigua Bulgaria de Volga, y se realizó entre los años 1555 y 1561.
Circula una leyenda que cuenta que el zar dejó ciego al arquitecto, Póstnik Yákovlev, para que no pudiera realizar otra construcción que superara al edificio religioso, pero la realidad es que más años más tarde, Yákovlev participó en el levantamiento del Kremlin de Kazán. No es raro escuchar historias similares en torno al zar, el primero en llevar este título, ya que el apodo de Iván, el Terrible se lo ganó por su ferocidad a la hora de tratar con sus enemigos. Sin ir más lejos, con 13 años, ordenó a un grupo de leales súbditos, que capturaran al príncipe Andréi Shuiski para después lanzarlo a una jauría de perros. Además, en la anexión del Kanato de Kazán, no dejó a nadie con vida, simplemente para evitar problemas en el futuro. Aunque el verdadero periodo de terror comenzó cuando su esposa murió, en 1560, momento en el que se le empezó conocer por su apodo.
Iván el Terrible creó los oprichnik, una guardia personal y policía estatal, a la que dio carta blanca en su uso represivo y acción militar. Durante ocho años, esta guardia costó miles de vidas entre los boyardos, que eran terratenientes, y el pueblo. También tomó ciudades, en las que torturó y decapitó a miles de habitantes, según diversas fuentes entre 27.000 y 60.000, con un estilo que puede recordar a Vlad Tepes, conocido como el Empalador, y que vivió 100 años antes que él. La última barbaridad que llegó a cometer fue matar a su primogénito en un arranque de ira. Algo que le perseguiría toda su vida, y con lo que terminaría de enloquecer.
A día de hoy, se dice que lo que sufría el zar eran ataques psicóticos, que se podrían corresponder al tratamiento de la sifílis con mercurio. En aquella época era común, pero provocaba daños cerebrales que derivaban en cambios de humor constantes y ataques de euforia y cólera, con tintes psicóticos. Finalmente, tras un reinado de casi 50 años, Iván el Terrible murió. Los historiadores creen que fue envenenado por los boyardos, como su madre, con una alta dosis de mercurio, pero también existen referencias que indican que periódicamente tomaba pequeñas cantidades de este metal contra su enfermedad. A pesar de todo, su reinado es de los más largos entre todos los zares rusos.
Y si se puede hablar de algo positivo en su reinado, fue que durante su gobierno impulsó las artes y las letras, además de introducir la imprenta en Rusia. Parte de su legado como gobernante ha quedado en los ámbitos políticos o militares, así como la mencionada Catedral.
La catedral de San Basilio tiene forma de las llamas de una hoguera que se elevan hacia el cielo, ese es parte de su atractivo. A día de hoy, este tipo de construcción no tiene precedentes de los que tomara referencia arquitectónicamente, por lo que todavía hay disputas en cuanto a la inspiración. Las iglesias normalmente contaban con un diseño base, que consistía en siete iglesias alrededor el núcleo central, pero en este caso, son ocho dándole una forma más geométrica. El núcleo central y las cuatro iglesias más grandes colocadas en los cuatro principales puntos cardinales son octogonales, las cuatro más pequeñas colocadas diagonalmente tienen forma de cubo. Éstas últimas, por su disposición, parecen estar suspendidos sobre la tierra, ya que se construyeron en plataformas elevadas.
El edificio original, conocido como Iglesia de la Trinidad y más tarde Catedral de la Trinidad, tenía esas ocho iglesias dispuestas alrededor de una novena que se encontraba en el centro. Más adelante, se construyó una décima, sobre la tumba del santo local Basilio. Dmitry Shvidkovsky, arquitecto ruso, llegó a decir que “es como ningún otro edificio de Rusia. Nada similar se puede encontrar en todo el milenio de tradición bizantina del quinto al siglo XV…. una extrañeza que asombra por lo inesperado, la complejidad y el entrelazado del deslumbramiento de los múltiples detalles de su diseño”.
La catedral anunciaba la culminación de la arquitectura nacional rusa en el siglo XVII. No es de extrañar que con semejantes palabras por su diseño y los colores, la catedral sea uno de los destinos más conocidos para todos los visitantes de la capital rusa.