…Imagina que fueran 7.000
Historia sabia y rota, natura en su máximo esplendor, bullicio y tráfico exasperante en el centro de su capital y la paz eterna sobre la orilla de sus embriagadoras playas de diseño. ¿Quieres venir?
Es muy difícil elegir en qué parte de Filipinas adentrarse cuando tienes ante ti un tesoro completamente inabarcable de más de 7.000 islas. Harían falta más de 7.000 vidas para verlo todo.
De diciembre a mayo es la temporada perfecta para disfrutar del sol y evitar el monzón. Si vas menos de dos semanas volverás cuando mejor suene la música. Viajando desde España probablemente aterrices en Manila, comprobarás que su aeropuerto es descomunal, recoge la maleta y sal lo más rápido posible.
¿Quieres comodidad? Alójate en la zona de Makati, centro de finanzas a 45 minutos del aeropuerto. Edificios altos, postales que podrían ser de cualquier país asiático con rascacielos, cadenas de comida que ya conoces…
¿Quieres aventura? Aprovecha y adéntrate en el corazón de la capital.
Elige Evangelista Street, una de las arterias principales de Luzón, área puramente filipino por sus cuatro costados. Jeepneys en todas las carreteras (medios de transporte públicos característicos de Filipinas construidos a partir de jeeps estadounidenses abandonados, mezcla entre autobús y camioneta, decorados con pinturas y luces muy llamativas), niños descalzos jugando al basket en las calles, grupos de estudiantes adolescentes y uniformados, joviales y sonrientes, grupos de niños acompañados de sus madres entretenidos en medio de la calzada por un payaso improvisado, mecánicos que descansan eternamente sobre montones de ruedas apiladas, el mismísimo Optimus Prime…
Mientras la luz del sol brille, las calles de Manila son seguras.
Lo más famoso de la capital es Intramuros, centro histórico en las Filipinas españolas. En ocasiones te sentirás caminando sobre el empedrado de un barrio de Granada y podrás visitar la Iglesia más antigua del país.
Tras 333 años administrando Manila, España le entregó la fortaleza a EEUU, que la arrasó en la II Guerra Mundial después de que la invadieran los japoneses. Un revelador monumento recuerda a las almas inocentes víctimas de aquella tragedia.
Tras varios días alimentando nuestra cultura histórica pasamos al plato fuerte, la Filipinas salvaje. Estábamos listos para tatuar en nuestra retina paisajes asombrosos e inexplorados. Este es el recorrido que hicimos nosotros, por si puede ayudarte a dibujar el tuyo 😉
Poco antes del amanecer, un triciclo de pedales que hacía la función de taxi nos llevó hasta el aeropuerto atravesando callejones abarrotados de gente que no se inmutaba a nuestro paso, demostrándonos una vez más que Manila nunca duerme. Nuestro destino era Cebú, una de las islas más grandes del país que guardaba uno de los motivos pilares del viaje, bañarnos junto a tiburones ballena.
Ya en el aire vimos cómo el sol nos daba la bienvenida lentamente coloreando de blanco el horizonte. El paisaje a través de las ventanillas dejó atrás la costa e iba salpicándose de pinceladas verdes que se dispersaban sobre un océano color oro. Tras una pequeña cabezadita llegamos a la gran isla de Cebú. De nuevo un gran aeropuerto, otra ciudad, bullicio en cada esquina y un avispero del que queríamos huir. Tras Manila, Cebú es el centro económico y mercantil más importante del país.
Ya habíamos tenido bastante acero, ladrillo y cristal. Quedarnos no era nuestro plan, queríamos ir a Oslob, al extremo sur de la ínsula.
De repente y sobre unas nubes amenazadoras, alguien abrió al máximo la llave de agua y desde el cielo nos sorprendió una tormenta torrencial. Queríamos llegar antes de que anocheciera y sobreponernos a la inesperada tromba.
Encontramos en una de esas casualidades difíciles de explicar a un conductor de la zona que compartía destino y nos invitó a subir a su camión. En menos de tres horas nos dejó en la bahía y antes de que anocheciera volvimos a ver el mar.
No necesitábamos lujos. Una cama suficientemente cómoda, una ducha de agua templada y una cena de arroz, pescado y legumbres tibias fue suficiente para reponer energías, las íbamos a necesitar.
En el próximo amanecer nos esperaba una experiencia que iba a convertirse en uno de los mejores recuerdos de mi vida.
Los latidos de mi corazón se aceleraron con las primeras luces del alba e hicieron de despertador natural imaginando lo que estaba por venir. Eran las seis de la mañana y la luz que entraba por la ventana ya había bañado de luz mis legañas.
Desde el balcón en el que desayunaba un chocolate caliente aguado, veía cómo había pescadores muy madrugadores.
Terminé mi tentempié y la encantadora encargada de nuestro hotel, Drew Ahmed, una mujer de treinta años que llevaba quince trabajando allí para hacer todavía más placentera la visita a sus huéspedes, nos acompañó durante poco más de un kilómetro caminando a paso ligero por una carretera sin asfaltar que recortaba la costa, hasta el lugar donde partían las primeras barcas para el avistamiento de ballenas.
Cuando me quise dar cuenta, uno de mis sueños desde niño se hizo realidad. Aprender dialecto de balleno…
Catorce metros de imponente envergadura para un dragón gigante y submarino que se contorneaba en la profundidad como un bailarín pesado pero solemne, tranquilo pero incapaz de permanecer inmóvil. Varios peces más pequeños le acompañaban sin descanso en todos sus movimientos.
Una boca de metro y medio, con dientes inofensivos, alargados y flexibles, engullía la comida que le tiraban los pescadores y litros de agua salada se filtraban a través de sus grandes branquias.
Sus minúsculos ojos eran meramente adorno para un animal mayúsculo que parecía disfrutar compartiendo baile bajo el agua. Tras más de hora y media en el mar, alcancé la orilla con las pulsaciones disparadas y la ilusión satisfecha. Fue una mañana que nunca olvidaré.
Volvimos a nuestro modesto hotel y allí nos esperaba Drew con otra gran noticia, la visita a unas cascadas sobrecogedoras llamadas Tumalog Falls para continuar una mañana de ensueño.
Nuestra inmejorable anfitriona nos puso en contacto con un motorista con el que compartimos vehículo y nos condujo en pocos minutos y tras atravesar varias colinas y caminos de arena a otro lugar insultantemente bello.
Un muro de musgo vivo y salvaje de vegetación vertical estaba cubierto por una caída de agua de más de cincuenta metros, que moría en un lago de agua helada de un color celeste tan puro que parecía artificial.
Tras varias horas disfrutando de un paraje prodigioso volvimos a por nuestro motorista, uno de esos hombres que no tenía prisa por nada, podría haber estado dos horas más esperándonos sin mover un solo músculo de su cuerpo tumbado sobre su moto de 1965 a la sombra de una palmera.
Regresamos y recogimos las mochilas. Habíamos tachado dos nuevas paradas en el mapa y queríamos más. El siguiente paso era conocer a los monos más pequeños del planeta. Próximo destino, la isla de Bohol.
Un antiguo catamarán llamado ‘NICOLE Jane’ nos esperaba.
Las barcas en Filipinas son características por tener troncos de madera a cada lado que equilibran la embarcación. El NICOLE Jane flotaba sobre un agua tan cristalina que parecía invisible, anclado cerca de las rocas, pero lo suficientemente lejos para que se empaparan mis pantalones vaqueros remangados por encima de las rodillas cuando lo quise abordar.
Llevaba la maleta sobre la cabeza, la mochila del equipo de grabación a la espalda y las botas anudadas entre sí colgando del brazo. Al subir a la embarcación nos hicimos hueco entre un puñado de turistas y nativos silenciosos mientras el patrón agolpaba nuestro equipaje en un agujero situado a nuestros pies, en el medio de la estructura.
Navegamos despacio, como se hace casi todo en Filipinas. De vez en cuando bancos de aletas de delfines se dejaban ver en la superficie a pocos metros del barco. Tan cerca que escuchábamos cómo expulsaban agua por el espiráculo.
Cuatro horas y media después, bajo un sol de justicia y tras tres paradas imprevistas del motor, avistamos Alona Beach.
Al pisar el puerto nos avasallan los comerciantes ofreciéndonos hospedaje, tours en furgoneta a través de la isla e infinidad de lugares para comer ajustados a todos los bolsillos.
Encontramos alojamiento, dejamos las maletas y fuimos a cenar a la playa. El cielo se estaba tornando rosado, rojizo y en partes fucsia, y dejaba paso a estrellas destellantes arropadas por un manto negro que se reflejaban en el mar como lunares de plata.
Mientras, un aroma a marisco recién preparado en las mesas de los restaurantes, mezclado con el sonido de las olas y el titilar de las velas de las mesas a pie de mar, nos abrió definitivamente el apetito.
A la mañana siguiente nos subimos a una furgoneta donde nos habían prometido descubrir los puntos de la isla que hacen de Bohol uno de los rincones con más encantos del país.
Las Chocolate Hills fueron la primera parada. Más de 1000 colinas redondeadas que en la estación seca se vuelven del color del chocolate. Parecían infinidad de bombones que esperaban reposando en la caja roja para que un gigante los reclamara de la tierra y se relamiera con su sabor. Subimos a través de una de ellas, preparadas para que te hagas la foto.
Llena de turistas, era difícil no salir al lado de un australiano o que algún grupo de chinos no nos golpeara con su palo selfie. Poco recomendable.
Nos escapamos a pie a un lugar muy apartado y nos abrimos paso campo a través para conseguir los mejores recuerdos de la zona.
Volvimos a la vieja furgoneta y fuimos a descubrir a los famosos tarseros. Unos de los primates más pequeños del mundo. Caben en la palma de la mano, ojipláticos y con dedos huesudos.
Era difícil reconocer si no se trataban de murciélagos sin alas, búhos pequeños sin plumas o primos lejanos de Gizmo. Enternecedores.
Acto seguido nos dirigimos al río Sipatán. Amplia lengua de agua salvaje que serpenteaba por una jungla que se confundía con el Amazonas. Un par de puentes colgantes lo cruzaban y atravesarlos regalaba una experiencia excitante.
Volvimos a nuestro vehículo, que esperaba con el motor a ralentí. Cansados de ser guiados por la hoja de ruta, pedimos a nuestro conductor que nos dejara en un lugar donde pudiéramos mezclarnos con la gente auténtica de Bohol y aprender de ellos.
Acabamos en una playa perdida, no sabría decir dónde se encuentra en el mapa, donde los niños estudiaban en una escuela a pie de orilla, fabricada con palos de bambú, y como juego de recreo tenían una red de vóley-playa en la arena.
Los hombres se reunían al atardecer en las casetas colindantes y las mujeres bañaban a los más pequeños en la desembocadura del río. Lanzamos el drone a volar y nos fotografiamos con ellos mientras compartíamos sensaciones y nos preguntaban cómo era nuestra vida en Europa.
Nosotros éramos los extraños allí, y disfrutamos de una tarde deliciosa enriqueciéndonos de las costumbres de los habitantes de Filipinas que vivían alejados de las rutas turísticas.
Atardecía y quedaba poco tiempo para que zarpara el último ferry con destino Cebú, se nos pasó el tiempo volando. Llegamos corriendo al puerto y fuimos los últimos en comprar los billetes.
Nos acomodamos en el barco y en poco más de dos horas con oleaje calmado y dejando atrás las palmeras y los arrozales, volvimos a la ciudad. Descansamos cerca del aeropuerto para soñar con el destino del día siguiente, Busuanga.
muy bonito el reportaje; más a casi todos se les olvidan los viajes, compartiendo con familias locales, y sobre todo rurales , ( es donde se conoce realmente un pueblo y culturas ) y al mismo tiempo sale más económico y se les ayudan más a las familias acogedoras » de ser posible que hablen algo de español » les agradezco me permita este comentario gracias atentamente Ildefonso G T
Muchísimas gracias por tu gran comentario Ildefonso!. Es la filosofía de nuestro Aventuhero, es la forma de conocer y no de visitar.
Gracias por el comentario ; pues ya me quedan dias para estar en ese VELLO pais FILIPINAS , y espero de pasarlo muy bien compartiendo con un gran amigo que tengo en Bohol, ; más creo que sería de gran utilidad para uchos de nosotros que viajamos sin saber apenas el ingle ni tampoco los » 600″ idiomas que se hablan allí, de que se pudiese contactar con familias de lugares (( tanto rurales como de ciudad)) que sean acogedoras de los viajantes solitarios (( siempre identificandonos , y con certificados por delante )) ;; gracias atentamente Ildefonso G T . «» postata»» en breve quiero visitar Madagascar ¿ tenemos allí familias rurles acogedoras ??
Gracias Ildefonso por tus comentarios.
Filipinas es un país enooooOOoorme y difícil de abarcar por las más de 7.000 islas que lo conforman.
Estoy muy de acuerdo en que la mejor forma de viajar es acercándose a las familias y ayudándolas en todo lo que se pueda. También es clave tener asesores que conozcan muy bien la zona y ¿para qué negarlo?, Viajes Carrefour dispone de grandes guías locales en todos sus destinos.
PD: Espero poder ir pronto a Madagascar y contarlo en el blog!
Un abrazo y feliz verano,